Insularidad y relaciones internacionales

Por: Mario Gallego Cosme ║ Fotografía.
10 de julio de 2019
Nuestro mundo es, en puridad, un mundo de islas. En el globo destacan cuatro grandes masas emergidas sobre los océanos, a las que hemos dado en llamar áreas continentales —Eufrasia, América, Antártida y Australia—. En términos generales —y, ciertamente, discutibles—, el resto de las tierras emergidas con frecuencia han quedado relegadas a la categoría de islas. Se trata de espacios sobre los que se identifican ciertas vulnerabilidades comunes, asociadas sobre todo a sus características geográficas. Sin embargo, sobre los espacios insulares también pesan ciertos estereotipos y evocaciones generales que terminan por hacerse comunes pero que, en extremo, pudieran considerarse como un ejemplo de hegemonía cultural por parte de las áreas continentales. El hecho de que llamemos Tierra a nuestro planeta, a pesar de que los océanos inundan tres cuartas partes del globo, es sintomático.
En este sentido, se hace necesario elevar la voz de las islas para que su discurso y sus formas de vida puedan ser tomados en cuenta en la arena internacional. En la actualidad existen diversas iniciativas y foros que tienen encomendada la misión de abogar por los espacios insulares; no obstante, no es menos cierto que los temas medioambientales son los que han acompañado —y también opacado— a todo lo insular como conjunto. Las islas, desde esta óptica, únicamente parecen ser interesantes para las áreas continentales en la medida en que actúan como «el canario de la mina» ante ciertos fenómenos que están hoy en la palestra. Sin embargo, ante las posibilidades que nos brinda un mundo más interconectado que nunca, la insularidad, como causa, tiene la oportunidad de traer a la mesa los asuntos que le son propios, que van desde lo económico hasta lo cultural, pasando por lo biológico o, por supuesto, también lo medioambiental. Esta variedad de aristas evidencia que resulta necesario complementar la mencionada acción institucional internacional con el fortalecimiento de otros actores interesados y, sobre todo, con la promoción del estudio académico de las islas de forma verdaderamente omnicomprensiva.
Es conveniente aclarar que esta perspectiva académica de la insularidad no es nueva, aunque sí relativamente reciente. A mediados de los años 90, el antropólogo Grant McCall bautiza esta rama encargada «del estudio de las islas en sus propios términos» como nisología [1], que es el nombre que finalmente ha prevalecido entre los principales estudiosos del área, ya que poco antes que él, Abraham Molés —y posteriormente también Christian Depraetere— hablaban de nissonologie con idéntica pretensión de acotar este ámbito del saber, siempre desde una óptica multidisciplinar. Se trata, en definitiva, y en palabras de Godfrey Baldacchino, de considerar la insularidad, no como una mera reproducción en pequeño de lo que pasa en el continente, sino como una variable con sus lógicas propias.
Obviamente, la profundización de este ámbito de estudio, y de cómo se plasman estas perspectivas en la diplomacia y en las relaciones internacionales, únicamente puede emanar de la(s) propia(s) idiosincrasia(s) insular(es). Pero hacer valer el punto de vista insular en la arena internacional no implica —únicamente— abanderar una causa común para todas las islas; sino más bien poner acento en una nueva lógica que no responda exclusivamente al punto de vista continental ni a lo que ese ámbito entiende como multilateral, reconociendo así que lo insular, en realidad, no es un conjunto homogéneo de espacios geográficos. De hecho, no se trata de una dualidad excluyente de caracteres: isla y continente no tienen porqué considerarse en completa oposición. A fin de cuentas, la variedad que caracteriza a los asentamientos humanos se evidencia en todas las latitudes, y van desde el enclavamiento terrestre absoluto hasta el asolamiento insular más reconocido, pasando por infinidad de situaciones de mayor o menor cercanía litoral.
Referencias:
Baldacchino, G. (2004), “The coming age of island studies”. Journal of economic and social geography, vol. 95, issue 3. https://doi.org/10.1111/j.1467-9663.2004.00307.x
Depraetere, C. (1991), «Nissolog?: base des données des îles de plus de 100 km²». Présentation at 17th Pacific Science Congress, Honolulu, non publiée.
Espínola P. y Cravidão, F. (2014), «A ciência das ilhas e os estudos insulares: breves reflexões sobre o contributo da geografia», Sociedade e naturaleza, vol. 26 no. 3. http://dx.doi.org/10.1590/1982-451320140303
Gay, J-C. (2014), «Le réchauffement climatique: l’instrumentalisation des îles», L’Espace géographique, 1, tomo 43. https://www.cairn.info/revue-espace-geographique-2014-1-page-81.htm
McCall, G. (1994), “Nissology: the study of islands”. Journal of the Pacific Society, vol. 17, no 2-3, p. 1-14.
Moles, A. (1982), «Nissonologie ou science des îles». L’Espace géographique, 11 no 4, p. 281-289.
Nota:
[1] Como curiosidad, cabe destacar que en lengua española algunos autores han preferido hablar de nesología. La diferencia en grafía muy probablemente estriba en la variación del sonido de la letra η en griego: el prefijo νησ (isla) se leería como “nes” en griego clásico y como “nis” en griego actual. El hecho de que el catedrático Marcos Martínez Hernandez —posiblemente, el primer nisólogo de España— fuera experto en lenguas clásicas muy probablemente explica su preferencia del uso del sonido e, al cual otros se han adscrito posteriormente. De cualquier modo, el término más aceptado en la comunidad científica es nisología, derivado del nissology de Grant McCall.
Mario Gallego Cosme